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Atelier de los sentidos: Ana Paula Schmidt y el arte que redefine lo visible

Desde su estudio en Mendoza, esta artista explora diferentes técnicas mientras sus manos moldean lo que sus ojos ya no pueden ver. Una historia sobre resiliencia, creatividad y nuevas formas de crear.

Arquitecta durante veinte años, especializada en interiorismo, madre de dos niños pequeños, Ana Paula Schmidt vivió un giro inesperado en 2020. Reiterados desprendimientos de retina la llevaron a perder el 97% de su vista. Hoy, con apenas un 3% de visión que solo le permite ver luz y sombra, ha convertido lo que podría haber sido el final de su carrera creativa en el inicio de una exploración artística, donde los materiales tienen texturas que parecen hablar y la intuición guía cada trazo.

Su historia es un testimonio de cómo el arte puede ser un lenguaje que trasciende lo visual, una forma de expresión y comunicación que surge desde lo más profundo de uno.

Una sensibilidad heredada

«Toda la vida estuve conectada con el arte», recuerda Ana. Su madre es artista, su padre fotógrafo y desde chica asistió a talleres de arte. Al elegir la arquitectura como profesión, no abandonó esa sensibilidad: la canalizó hacia la interpretación sensorial de los espacios. Durante su carrera, se destacó precisamente por esa capacidad de leer los ambientes desde múltiples dimensiones y por su conexión profunda con los materiales en su estado más puro.

Su experiencia viviendo en México marcó un antes y un después en su comprensión del arte y los oficios tradicionales. Allí tuvo la oportunidad de sumergirse en comunidades indígenas, de ser testigo de procesos ancestrales que quedaron grabados en su memoria. Esas vivencias la llevaron a crear Fábrica Argentina, un proyecto que ofrecía una cuidada selección de objetos de diseño únicos, realizados por artesanos, arquitectos y diseñadores argentinos, reflejando su compromiso con la preservación de los oficios tradicionales. 

Del límite a la expansión: despertar los sentidos

Cuando en 2020 comenzaron los problemas visuales, la artista enfrentó lo que describe como algo «durísimo, cada día». Sin embargo, donde muchos verían solo oscuridad, ella encontró un universo de posibilidades. «Por suerte soy una persona resiliente, tengo la bendición de saber levantarme». El arte, que durante años había sido un complemento a su carrera arquitectónica, se transformó en una herramienta sanadora para transitar este nuevo camino.

Al no poder ver colores ni formas, empezó a experimentar con los materiales para encontrar límites en la abstracción de su pintura. «Empecé a ponerle texturas, tierras, pigmentos a la pintura acrílica», explica. Las arenas le daban rugosidad a la pintura, permitiéndole sentir con espátulas, pinceles o directamente con las manos hasta dónde llegaba el material.

Esta búsqueda la llevó a investigar constantemente sobre biomateriales, tramas y aditivos; leer sobre artistas que se quedaron ciegos; tomar clases de tiflotecnología para acceder a información a través de tecnología; y aprender técnicas artísticas con Octavio Joaquín, quien le enseñó a «ver con los dedos». Cada día era (y es) un aprendizaje. Si le surge la necesidad de realizar una actividad artística, por ejemplo dibujar, encuentra respuestas innovadoras: trazar en papel metálico con un punzón para darle volumen, dar vuelta el dibujo para sentirlo, colocar hilos alrededor de las manchas para entender dónde terminan las líneas. «Me voy encontrando con herramientas que terminan siendo parte de la obra y me parece espectacular». 

Fue en esta exploración donde nació lo que ella llama «paper clay», una técnica ancestral japonesa que surgió originalmente para darle liviandad a la cerámica. En manos de Ana Paula, esta pasta de papel se convirtió en su nuevo lenguaje artístico. Combinando papel reciclado con arcillas, pigmentos y fibras naturales, crea una masa esculpible y moldeable. «Lo fantástico es que se pueden crear piezas de gran tamaño y muy livianas al mismo tiempo», explica. Con el paper clay, la arquitecta ha creado lámparas, cuencos, accesorios y hasta esculturas que invitan al tacto, algunas de ellas en colaboración con la artista Eleonora Guiñazú, con quien ha explorado los límites de esta técnica para crear piezas de diferentes dimensiones.

El proceso detrás de cada obra

El modo en que Ana crea es radicalmente diferente al de un artista que puede ver. Mientras otros pueden subirse a un auto y buscar materiales visualmente, ella debe explorar cada espacio de manera táctil. «Voy al lugar de metales y tengo que tocar todo», explica. Se fija en aspectos que quizás uno pasaría por alto, como por ejemplo en la temperatura. Cuando necesita orientación sobre colores o composiciones, consulta con personas en las que confía estéticamente. Su hijo se ha convertido en un colaborador inesperado. «Le pregunto qué tipo de azul es este… «azul mar pero triste, mamá»», cuenta sonriendo. Así va armando sus paletas de colores, con la ayuda de quienes la rodean, pero siempre manteniendo el control creativo.

En cuanto a la inspiración, esta llega desde múltiples fuentes: textiles, texturas, la naturaleza, las distintas culturas. Escucha podcasts sobre historia del arte y a autores que hacen descripciones detalladas en sus novelas que la ayudan a «entender y ver la vida de otra forma». En cada lugar nuevo que visita toca todo, pregunta y explora. Los movimientos artísticos que de joven quizás no valoraba tanto, ahora los estudia con pasión renovada. Sus sueños y recuerdos también se han vuelto fuentes ricas de inspiración, mucho más valiosas que cualquier referencia de Pinterest, redes sociales o de una Inteligencia Artificial. «Siento que mi arte se vuelve más rico, porque se vuelve totalmente mío», afirma. 

El refugio donde el arte cobra vida

En su casa de Chacras, Ana Paula ha creado un estudio atelier. Este santuario creativo alberga sus obras y se abre ocasionalmente al público a través de Open Showrooms, permitiendo a los visitantes sumergirse en su universo sensorial. Es un espacio vivo, en constante transformación, donde el compromiso con el medio ambiente se materializa en cada elección: materiales reciclables y naturales que dan forma a obras que buscan ser cada vez más inclusivas. En su arte busca que las personas se conecten desde un lugar más profundo que la mera contemplación visual. «Busco que las personas toquen y entiendan lo que estoy haciendo», explica. Es una invitación a experimentar el arte con todos los sentidos.

Como arquitecta y como usuaria con discapacidad visual, la artista mendocina tiene su propia perspectiva sobre la accesibilidad. «Se habla mucho de inclusión, pero en lo que es discapacidad hay poca inclusión», observa con la autoridad de quien vive esta realidad diariamente. «Falta mucha comunicación y educación sobre el tema», insiste, recordando que, como arquitectos, tienen la responsabilidad de «pensar en el prójimo» en cada decisión de diseño.

Actualmente colabora activamente con directores creativos y estudios de arquitectura en Argentina, México y Panamá. Sus piezas habitan tiendas de diseño de autor y espacios exclusivos como hoteles en Tulum y el Distrito Federal mexicano, además de tiendas especializadas en Panamá. Trabaja con marcas y proyectos de diversas escalas que la mantienen entusiasmada. «Estoy con esculturas muy grandes que les van a fascinar porque yo las toco y digo «esto es impresionante, no sé cómo me animé y no sé cómo voy a terminar»», confiesa con esa energía contagiosa que la caracteriza. 

Paralelamente, Ana Paula comparte su universo creativo a través de talleres de Paper Clay diseñados para vivirse en dupla. Madres e hijas, hermanas, amigas o abuelas se sumergen juntas en esta experiencia íntima donde el arte se convierte en un puente de conexión y creatividad.

Una historia de fuerza y resiliencia 

Ana Paula Schmidt no romantiza su condición ni busca despertar lástima. Su mensaje es claro y poderoso: «A todos nos pasan cosas, más duras, menos duras, y tenemos que aprender a convivir con eso». En su voz no hay resignación, sino determinación, la misma que la impulsa cada mañana a levantarse y demostrarles a sus hijos que la fortaleza está en saber surfear las dificultades.

Ana continúa creando, enseñando y demostrando que las limitaciones físicas pueden convertirse en expresiones creativas. Su historia no es solo sobre perder la vista y encontrar otras formas de ver. También es sobre la capacidad humana de transformar los desafíos en oportunidades, de hacer del arte un lenguaje universal que trasciende los sentidos convencionales.

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