El arte mendocino sigue latiendo en manos de quienes se animan a experimentar, observar y transformar lo cotidiano. En esta nueva edición de “Artistas que marcan el pulso”, nos encontramos con creadores que dialogan con la naturaleza, el cuerpo y la ciudad, cruzando técnicas, lenguajes y territorios.
Sus obras nacen del impulso por registrar lo vivo, reinterpretar materiales o conectar disciplinas. Este ciclo de entrevistas y perfiles busca dar voz a quienes están dejando huella en el presente y hoy es el turno de los artistas Toribio Greco, Francisco Heredia, Milagros González de Killari y Juan Bonaceto.
Estos cuatro jóvenes trazan un recorrido diverso y contemporáneo donde conviven la contemplación y la acción, lo artesanal y lo digital, lo íntimo y lo urbano.
Toribio Greco, la sensibilidad como lente
La curiosidad fue el punto de partida para Toribio Greco, fotógrafo y videógrafo emergente que encontró en la cámara una forma de explorar su conexión con la naturaleza. “Me daba intriga, yo solo la quería agarrar”, recuerda sobre la primera vez que pidió tomar la cámara de un fotógrafo.
Desde entonces, su mirada se afina entre montañas, ríos y aves, en una búsqueda donde la observación y la emoción se vuelven inseparables. “En un viaje por la Patagonia, me llevé una cámara y desde ahí no paré, de hecho, una de mis tomas preferidas es de ese viaje, una del Chalten”.
“Siempre fui una persona muy sensorial; los sonidos y las imágenes me impactaron desde chico. Y la fotografía permite que la gente pueda ver lo que yo veo”, cuenta. Creció rodeado de campo, animales y montaña, y hoy su trabajo se nutre de esa experiencia: cada salida es una excusa para conectar con el entorno ya sea acampando, caminando o pescando con mosca.
Entre una toma y la otra, disfruta del proceso tanto como del resultado: “Las fotos que más disfruto hacer son en las que más esfuerzo pongo porque mayor es la recompensa. Estar en determinados ambientes naturales en el amanecer, en la mañana o en la noche es una locura, es un plan placentero”.

Actualmente combina la fotografía de naturaleza con registros de eventos y festivales, donde su ojo entrenado busca la belleza en los detalles. También abrió un canal de YouTube donde comparte videos de pesca y aventuras, y empezó a imprimir y vender algunas de sus fotos: “Ver una imagen mía en formato físico es una sensación inexplicable”.
“La edición digital nunca me gustó mucho porque siempre me ha gustado estar afuera; editaba solo para arreglar algo, ahora edito para mejorar la calidad y resaltar detalles. Lo mismo con la cámara del celular, la esquivo, me incomoda y no me da la libertad que necesito; solo la uso para capturar un momento en el tiempo, para un recuerdo”.
Para él, tanto la fotografía como el video son herramientas para expresar lo mismo: una sensibilidad que contagia las ganas de estar ahí, de ver y sentir el mundo con la misma intensidad con la que él lo observa.
Francisco Heredia: la escena como reliquia contemporánea
El trabajo artístico de Francisco Heredia se presenta en proyectos y no en obras aisladas, y esa decisión marca toda su práctica, todo un camino recorrido. Cada propuesta nace de una idea que se despliega en series, donde los elementos y objetos cotidianos y las escenas del mundo real se transforman en símbolos, relicarios y altares que invitan a mirar distinto aquello que solemos pasar por alto. “Eso atraviesa toda mi línea de producción, después se despliegan distintas narrativas”.

“Me interesa poder sacralizar, enaltecer esas cosas que uno se encuentra en la calle, esas que son símbolo de desprecio, yo las pongo en valor”, cuenta. En esa búsqueda, lo religioso, lo litúrgico y lo misterioso atraviesan su producción casi de forma inevitable, como una memoria visual que lo acompaña desde la infancia.
Su proyecto actual, Sacro y Roto, reúne doce capítulos de obras objetuales, esculturas que se puedan rodear, con tamaños bastantes grandes, “vinculados con el mundo de las relaciones y los vínculos, llevados a un extremo exagerado”. Una de la obras inéditas, el Capítulo 7 titulado Clausura, está terminada y quedó seleccionada para exhibirse en la Galería Miranda Bosch de Bs.As, antes de la presentación completa prevista para 2026. La serie combina lo barroco, lo pop y lo futurista, con un espíritu de altar contemporáneo que refuerza su vínculo con lo espiritual y lo material.
A lo largo de su recorrido artístico -que incluye exposiciones en museos, bienales y espacios autogestivos, además de su paso por la gestión y la curaduría en el ECA-, Heredia ha mantenido una línea coherente y evolutiva. “He sido consecuente con lo que pensaba y hacía, pero ha habido una maduración. Estoy llegando a acabados más profesionales. Hace tiempo vi que mi obra se volvió recurrente el tema del altar, lo pulcro y ordenado y ahora me pareció importante hacerme cargo y profundizarlo”, reflexiona.
Su proceso de creación es intuitivo y versátil: comienza por los materiales disponibles, juega, compone y permite que las ideas aparezcan sin forzarlas. “No tengo ideas preconcebidas, el objeto nace más desde la imagen”, comparte. Así, entre la experimentación, el montaje obsesivo y una estética de lo oscuro y lo dramático, Fran construye un universo donde lo común se vuelve trascendente y cada obra parece un eco de algo que estuvo vivo. Y así mismo se describe como me describo como “un caprichoso del arte pero con propósito”.
Su trabajo es una invitación a mirar lo cotidiano con otros ojos, un pulso que late entre lo sagrado y lo banal.
Milagros González de Killari: del desierto a la montaña
La obra de Milagros González de Killari nace de una mirada profundamente arraigada en la identidad local. Su pintura busca despertar conciencia sobre el entorno y revalorizar aquello que muchas veces pasa desapercibido: la belleza del desierto mendocino. “Mi inspiración viene de la tierra, ella es mi maestra al igual que la pintura, enseña procesos y ritmos para llegar a un sentimiento. La naturaleza nos enseña que todo está conectado y en nuestra percepción humana nace la empatía hacia el paisaje, la flora y la fauna”.

“Me crié en un campo en La Paz, rodeada de monte, espinas, zorros y liebres, intervenía las calaveras de animales. Con el tiempo entendí la importancia de proteger ese paisaje, nuestra flora y fauna, porque eso también somos”, cuenta a la vez que refuerza el mensaje de su arte: “Que despierte la conciencia de la gente por el entorno en el que vive, que lo aprecie”.
En sus lienzos, el desierto se funde con la montaña, los cactus y algarrobos conviven con cielos amplios y tonos arena que evocan la calidez de la tierra. Cada color tiene un sentido simbólico: representa una vibración, una forma de vida. Su paleta -natural, contenida, con destellos de color en detalles como una montura o una prenda- revela una conexión espiritual con la naturaleza que la rodea.
Milagros pinta a mano, sin herramientas digitales, manteniendo un proceso artesanal y espontáneo. Parte de bocetos en lápiz, crea fondos amplios y deja que el color aparezca de manera intuitiva. “Es un juego de aceptación de lo que fluye”, dice la artista. Además de los paisajes, empieza a integrar objetos cotidianos -ollas, cucharas, vasijas de barro- como forma de dialogar entre lo natural y lo creado por el hombre.
A sus 28 años, entre viajes y nuevos paisajes, continúa explorando la transición “del desierto a la montaña”, incorporando lentamente la figura humana y nuevas técnicas como el collage textil. “Pinto y siento que algo está cambiando en mí, desde adentro”, confiesa. Su obra es, justamente, ese proceso: una búsqueda de equilibrio entre la memoria del territorio y la transformación personal.
Juan Bonaceto: entre la calle, la piel y el lienzo
El camino artístico de Juan Bonaceto comenzó en los muros. Desde los once años pinta grafitis (bajo su firma Mity) y fue esa puerta la que lo llevó a cruzarse con muralistas, tatuadores y artistas de distintos lenguajes. “Fueron varios años de pintar en la calle y más tarde llegó el tatuaje. Ahí entré a otro mundo, con otras reglas y técnicas”, recuerda. Ese recorrido, del aerosol y el látex a la tinta, el papel y la piel, fue moldeando un estilo que hoy transita entre lo simbólico, lo figurativo y lo abstracto.

Con el tiempo, Bonaceto encontró en la pintura sobre bastidor un punto de fusión entre todas sus disciplinas. La búsqueda de un lenguaje propio lo llevó a desarmar lo aprendido: romper líneas, alterar colores, escapar de lo hegemónico. Su paleta, antes saturada para que se vea en la vía pública y para que perdure en la piel, ahora se apaga y se ilumina con tonos quebrados, rosas pasteles, celestes y naranjas suaves. “Estoy en una transición donde lo estructurado del graffiti y el tatuaje se une en algo más pictórico, más contemplativo”, cuenta.
Su obra se nutre de la calle pero también de la introspección. En su primera muestra llamada Street Harmony abordó lo espiritual como una forma de invitar a la reflexión. “Vivimos rodeados de estímulos que no dicen nada. Me interesa generar imágenes que nos hagan pensar”, dice. Hoy, coquetea con la idea de explorar nuevos soportes -desde la ilustración digital y el 3D hasta estructuras con vidrio- y busca que sus piezas se recorran “en 360°”, como si cada mirada abriera una lectura distinta.
Autodidacta y curioso, Bonaceto trabaja en paralelo en el estudio de tatuajes Outroproject y en Hecho por Amor, una marca de ropa que desarrolla junto a Nadia Magalí. Las prendas, confeccionadas bajo el concepto de upcycling, son intervenidas con aerógrafo, pintura y cortes artesanales. “Es otra manera de mantener viva la pintura, de intervenir lo cotidiano”, explica.
Entre muros, telas, piel y lienzos, su obra vibra con un mismo pulso: el de una búsqueda constante entre lo estético, lo espiritual y lo humano.















