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Maestra de danza y de vida

Marta Lértora forma bailarines en Mendoza desde hace tres décadas. Una santafesina que nos adoptó para siempre.

«Maestra Marta Lértora», la llaman. Maestra de danza, de inglés y de la vida, no sólo de sus dos hijos, sino de cientos de chicas mendocinas (y algunos chicos también) que pasaron por su instituto de danza, uno de los más prestigiosos de Mendoza, en los últimos años.

Llegó a nuestra provincia a los 21, detrás de un mendocino que la enamoró. Por él, hace 42 años, cambió el río de su Santa Fe natal por la cordillera, me cuenta. «Mendoza me abrió sus puertas y estoy sumamente agradecida. Yo también, por supuesto, quise quedarme aquí: al mendocino vos le tenés que demostrar que sos consecuente, ganarte su confianza, demostrarle que sos responsable y ellos te responden, pero vos tenés que demostrar lo que tenés para ofrecer», sentencia.

Resumiendo, podríamos decir que Marta empezó a bailar a los 3 años gracias a unas primas mayores que la llevaron con ellas. También desde el jardín de infantes comenzó a estudiar lenguas vivas, así que un par de años después de terminar el secundario se convirtió en profesora de inglés. Bailarina ya era hace tiempo. A los 21 dejó Santa Fe por amor y se mudó a Mendoza.

«Cuando llegué aquí quería seguir bailando porque era muy joven. Apenas llegué un día caminaba por el centro y vi la esquina de España y San Lorenzo, donde decía “Danza”. Y yo me sumergí», recuerda, sobre la escuela de Isolde Kleitman. «Isolde era contemporánea y yo bailarina clásica, pero me dijo “no importa, venga” y por mucho tiempo bailé en sus funciones. Ella era una maravilla ».

Después de pasar por otros espacios en Mendoza, en 1979 abrió su propio instituto junto a su marido, con quien estuvo casada por 30 años y quien la convirtió en madre de Damián (abogado y escribano, 40) y María Valentina (36), bailarina como la mamá y ahora dedicada a la «bio-neuro-emoción».

«Di clases en institutos hasta que abrí el mío, porque ya tenía mis chicos. En 1979 lo puse en mi casa y en 1986 trasladé el instituto al nuevo edificio» (Clark entre Martínez de Rozas y Olascoaga, de la Quinta Sección de Ciudad, donde actualmente se encuentra).

«Voy a seguir aprendiendo hasta que esté horizontal con las florcitas. Porque la vida es un aprendizaje» dice Marta y el «aprendiendo» podría fácilmente reemplazarse por «enseñando». Me cuenta que a los 40 decidió bailar «en punta» por última vez, pero que todavía baila flamenco y que el baile es parte de su vida todos los días gracias a la docencia.

 

Tiempos modernos

«La danza ha tomado otra dimensión con la vorágine de internet. Antes hacíamos dos piruetas, dos giros y era una hazaña. Ahora les digo a las chicas: “dos piruetas hoy es como lavarse los dientes”. La danza ha evolucionado con el mundo, con la ciencia y con la cibernética, yo soy una convencida. Esto conlleva una exigencia mayor y lo que antes hacíamos a los 20 hoy se hace a los 15», reconoce la maestra.

Los chicos, por su parte, han evolucionado también. «Los chicos mandan ahora», dice Marta desde su rol de docente. «El chico de hoy tiene mucha información, son aviones. Tienen que verte convencida de lo que les estás enseñando…».

–La danza, sobre todo clásica, es famosa por su alta exigencia

–Eso pasa con cualquier actividad física, no sólo con las bailarinas. La que quiere llegar a un nivel alto y tiene un interés por alcanzar la excelencia, tiene que exigirse mucho.

–¿Qué estudiantes recibís más?

–Chicas para clásico. Tengo muchas con contemporáneo, o jazz, pero todas reciben clásico. La técnica la reciben todos. El que sabe de clásico baila cualquier cosa.

–¿Y las edades?

–La mayoría son niñas, pero tengo chicas grandes que vienen y toman la clase como pueden. La danza es como una terapia: regocija el alma, enseña a tener un tesón. Vos misma decís «voy a apuntar a lo mejor, voy a llegar adonde a lo mejor ni yo sabía que iba a llegar».

–¿Cómo es la situación de la danza en Mendoza hoy?

–Mendoza tiene muy buen nivel de bailarines y profesores, el ballet de la Universidad Nacional de Cuyo se está renovando, hay becas, hay concursos, pero todavía queda gente que no se ha jubilado. A medida que eso vaya sucediendo se va a ir renovando. El ballet contemporáneo de la Municipalidad de Capital, dirigido por las chicas Fusari, es muy bueno también.

–¿Se puede vivir de ser bailarina en Mendoza?

–Yo no sé cuánto ganarán los chicos de la Universidad, pero cobran, son profesionales. Yo vivo de esto porque opté por la docencia. Muchos chicos bailan, dan clases y viven de esto. Montar coreografías, dar clases, son trabajos para bailarines. Si sos creativo, mejor. Todas las profesoras mías cobran, y bien. Hay una forma de vivir de la danza.

 

La vida en puntas

«Las bailarinas somos personas disciplinadas. La danza es una disciplina de vida, no sé si será porque yo amo tanto esto», dice Marta, y se nota en sus ojos el amor del que habla. «La palabra “disciplina” a alguna gente la asusta. No es así, para nada, yo se los digo a las chicas. La bailarinas son organizadas, tienen tesón».

«Yo a todas les exijo bastante. Yo no enseño a bailar solamente, las tengo que formar para cuando salgan de acá. Vos te vas a Buenos Aires y allá andá a ponerte delante de otra bailarina, por ejemplo. Todas nacemos solistas, por nuestro ego, pero necesitamos aprender esta disciplina».

–¿Qué hubiera sido de Marta Lértora si no se hubiera dedicado a la danza?

–Medicina. Mi papá era médico y violinista. Los médicos son artistas también. Me gustaban las dos cosas, pero la danza pudo más.

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