Joanna Foster es conocida por sus etiquetas, por vinos que recorren el mundo y por proyectos reconocidos internacionalmente que comparte con Ernesto Catena. Pero al conversar con ella aparece otra cosa: cada iniciativa nace de un descubrimiento personal, de una vida atravesada por intercambios culturales, investigación y una búsqueda constante por producir en coherencia con la naturaleza y las personas.
Desde ahí, la comunidad se vuelve método: su forma de trabajar no se basa en decisiones individuales, sino en vínculos y cooperación. Es hacer con otros, para otros y desde el territorio. Tejer redes, impulsar fermentos, practicar una apicultura respetuosa y dar vida a proyectos donde la biodinámica y la agricultura regenerativa no son una moda ni una técnica, sino parte de su ética.
De Inglaterra al mundo: la formación de su mirada

Nació en Londres y fue criada por su madre, June Foster, una mujer que en los años sesenta luchaba por causas sociales y ambientales: marchas contra el apartheid, campañas para salvar a las ballenas y, como integrante de la Soil Association, defensa de una alimentación sana y orgánica. Joanna recuerda su infancia en una casa grande compartida con personas de África, Asia y Medio Oriente. Lo que para la época en Inglaterra podía ser habitual, para Joanna fue una escuela temprana de diversidad. June falleció cuando su hija tenía veinte años, pero valores como la equidad y la sensibilidad ambiental, fueron su mayor legado. «Me doy cuenta de que me sembró valores que siguen apareciendo. Se quedan con uno», reflexiona. Ese “aparecer” es concreto, cotidiano, y organizan su biografía.
Lo académico no fue una elección al azar. Estudió Geografía y Estudios de Desarrollo del Sur de Asia en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres y realizó una maestría en Planificación y Gestión Ambiental Sostenible. La atrajo especialmente la India por su diversidad y por la densidad de sus redes sociales. Viajó cinco veces y en la mayoría de estos viajes hizo trabajos de campo e investigación: convivió con una comunidad tribal que vive del bosque y participó de un grupo de investigación en una de las villas más grandes del país. La figura de Vandana Shiva, física, activista ecologista y pensadora ecofeminista, fue una inspiración decisiva: «Quería trabajar con ella. Ese era mi sueño». Esos años consolidaron en Joanna una mirada sistémica: las personas, los alimentos, el ambiente y las instituciones forman un todo que solo funciona si los vínculos se sostienen.
La biodinámica y el vino natural como hallazgo y destino
El salto a Argentina llegó en 2000. Tras conocerse y vivir juntos unos años en Londres, se mudó a Mendoza con Ernesto Catena. La adaptación fue gradual, pero en Mendoza descubrió algo fundamental: un espacio donde su vocación de crear vínculos y redes podía florecer.

Lo curioso es que jamás pensó en el vino como destino. Sí en la agricultura. «Me encantaba el vino, pero lo sentía lujoso frente a las necesidades de la gente que no tiene para comer o ante injusticias», dice con honestidad. La conexión llegó por otra puerta: el vino natural. Ernesto empezó a llevar a casa botellas que los fascinaban. Entonces se dieron cuenta de que la gran finca que tenían en Vista Flores era una oportunidad para replicar ese tipo de proyecto. «Era reconocer que teníamos una agricultura bella, una fruta de mucha calidad. ¿Por qué no llevarla a su óptimo estado, que sería para nosotros un vino natural?». Ese hallazgo articuló todo lo anterior: estudios, activismo, ciencias de la tierra, sensibilidad. «Me di cuenta de que el cambio es local, que hay que trabajar en nuestro microcosmos y conectar con la comunidad».
Ese microcosmos hoy tiene nombre y paisaje propio. En Vista Flores se encuentra Finca Tikal. Es un territorio biodinámico, donde la finca se trabaja como organismo vivo en diálogo con la naturaleza y el cosmos, y esa filosofía se expresa hasta en las formas: un rosedal dibuja un sol, los viñedos trazan un laberinto y los animales recorren figuras que evocan una luna y un yin yang. «La biodinámica es parte de un pensamiento más amplio. Somos parte de un sistema natural complejo. La ciencia tiende a simplificar para medir, pero hay tantos factores… desde la microfauna del suelo hasta el cosmos»
La certificación de toda la finca fue un camino largo y transformador: con el acompañamiento de referentes como René Piemonte, comenzaron en 2005 un proceso metódico que los llevaría primero a lo orgánico y finalmente, en 2012, a obtener la certificación biodinámica. Fueron siete años que cambiaron su manera de entender el territorio: menos miedo y más equilibrio, menos control y más escucha del sistema completo.
Dentro de esta finca, entre las geometrías vivas, se encuentra Stella Crinita, la bodega de Joanna. Como parte de un territorio biodinámico, sus vinos son naturalmente la expresión de esa filosofía: fermentaciones espontáneas, levaduras indígenas, mínima intervención. Sin aditivos ni sulfitos añadidos y sin filtrados.
Proyectos que se entrelazan y potencian
Joanna se piensa y trabaja en red. «Veo la finca como expansiva», dice. Por eso, en paralelo al vino llegaron otras búsquedas: proyectos que, lejos de competir, se alimentan entre sí. La apicultura, por ejemplo, nace de una convicción y de una urgencia: no entendemos lo suficiente la importancia de las abejas como polinizadoras y la producción industrial de miel suele ser violenta. Practicar una apicultura no invasiva, al ritmo de la colmena, es para Joanna una forma de salud comunitaria. Algo similar sucedió con los fermentos: hace una década, un tema de salud personal la llevó a incorporar alimentos vivos y, de ese proceso, surgió un proyecto de kombuchas llamado Mater Orbis, que hoy co-crea con Martín Russo.

Muchas de las redes que teje suelen ser con mujeres. No por exclusión, sino por afinidad: «Me gusta co-crear, colaborar. En mi experiencia, las mujeres pueden ser más dinámicas, menos competitivas: quieren que ganemos todas. Todavía falta representación y reconocimiento de su labor». Ese espíritu se cristaliza con fuerza en Radical Imagination, un proyecto que es más que una etiqueta. Esta serie de vinos representa un manifiesto: si el paradigma nos encierra, imaginemos otras formas de producir y convivir para volverlas posibles. La línea pone en valor la comunidad y el conocimiento de mujeres que, con sus prácticas y saberes, sostienen la biodiversidad y la vitalidad de los viñedos. «Quería buscar la forma de conectar mi vida anterior, esa vida de estar comprometida con comunidades, con mi vida actual. Durante la pandemia me quedé pensando en qué puedo hacer para que eso se exprese en lo que estoy haciendo actualmente».

Para las etiquetas convocó a la artista californiana Maegan Boyd: compartió sus ideas y confió plenamente en su proceso creativo. Las imágenes resultantes honran saberes colectivos. Un vino homenajea a Giuliana Furci, micóloga chilena que logró el reconocimiento del reino fungi en las políticas ambientales tras 25 años de trabajo. Otro celebra a Azucena del Valle, apicultora biodinámica que colabora con Stella Crinita y capacita a mujeres rurales mendocinas en productos de la colmena. También aparecen sus hijas: «En estas etiquetas hay dos imágenes de mis hijas. Allí veo a mis mujeres saliendo al mundo».
La tierra, la mesa y la vida: todo está conectado
Cuando le pregunto por el futuro, no habla de expansiones ni volúmenes. Habla de acceso. «Que todos tengamos alimento sano», dice. Piensa en lo suyo (la miel, los fermentos, el vino vivo) pero también en lo compartido: que más gente descubra que se puede producir de otro modo, que las abejas no son para explotar sino para cuidar, que la tierra responde cuando la tratamos como entidad viva y no como máquina.

A simple vista, sin conocer su historia, uno podría pensar que el interés de Joanna por el vino siempre estuvo ahí, que su vida giró desde el principio alrededor de viñedos. Nada más lejos. Su recorrido ha sido el de alguien que fue entendiendo, paso a paso, que somos parte de algo mayor: que la salud del suelo y la de quienes lo trabajan son inseparables, que un alimento vivo fortalece a quien lo consume y que las decisiones locales tienen un efecto en la comunidad. El vino llegó tarde a su vida, pero cuando llegó, trajo consigo todas las preguntas anteriores: sobre justicia, sobre cuidado y sobre formas de vivir que regeneren en lugar de destruir.







