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¿Qué nos está pasando? Consumo, cuerpos y comunidades en tiempos de ansiedad digital

En una charla intima con la creadora de Proyectario, Cecilia Rodríguez Suárez, planteamos preguntas urgentes sobre el ritmo que llevamos, el lugar de las marcas y la necesidad de reconectar con lo real. En tiempos de hiperconexión, su voz invita a mirar hacia adentro y a recuperar el arte de ser humanos.

¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Por qué consumimos sin parar? ¿Qué lugar ocupa el cuerpo cuando todo parece digital, medido y visible? Estas preguntas son parte del universo que habita Cecilia Rodríguez Suárez, comunicadora y creadora de Proyectario: un estudio donde los relatos no se improvisan, se piensan desde la raíz.

Hace varios años, Cecilia trabaja con marcas, equipos y personas para construir narrativas con sentido, pero también escribe textos que invitan a reflexionar sobre lo que nos pasa como seres humanos. El cuerpo, la comunidad, la ansiedad del “ser alguien”, la trampa del consumo y el lugar de las marcas en este escenario son algunos de los temas que abordamos en esta charla, atravesada por una pregunta central: ¿cómo volver a lo humano en un mundo cada vez más deshumanizado?

¿Qué es Proyectario? ¿Cómo surgió y qué lo define hoy?

Proyectario es un estudio de comunicación que trabaja desde el trazado narrativo. Mucho antes del “qué vendo”, empieza con el “por qué existo”. Lo fundé hace 5 años y cada parte del proyecto (diseño, estrategia, contenido) opera de forma interdependiente. En la cuenta de Instagram, escribo sobre lo que me quita el sueño y me enciende. Me interesan dos cosas: la palabra y las personas. Todo lo que hago gira en torno a eso.

¿Qué grandes cambios estás viendo en la forma en que consumimos hoy?

En general, veo un consumo que parte del miedo, de la necesidad de certezas. Estamos en constante contacto con una máquina que no para: dopamina instantánea, comparación, productividad y “éxito”. Consumimos para calmar la ansiedad de no saber qué va a pasar, para no mirar la finitud. Pero eso, claro, es una ilusión y, además de durar muy poco, hace que la ansiedad aumente.

El cuerpo, en ese escenario, queda en pausa. Lo estamos perdiendo. Nos volvemos funcionales a una lógica que nos desconecta de lo somático, lo real, lo vivencial. Es interesante porque es ahí mismo, donde están las oportunidades actuales para las marcas. Y ya estamos viendo cómo poco a poco se empieza a gestar un movimiento hacia ahí: la búsqueda de volver al cuerpo como la única verdad que queda.

Claro que no dejaremos de recurrir a lo digital como escape, adormecimiento, droga o experiencia mística. Pero volveremos al cuerpo para el descanso, la revelación y una creatividad mucho más profunda.

¿Creés que hay una toma de conciencia en relación a esto?

Creo que hay una pedagogía posible y necesitamos darnos cuenta. No con culpa, sino con lucidez. La trampa del consumo es que parece que elegimos, pero muchas veces solo respondemos a motivos muy enterrados en la consciencia. Dejar de consumir de forma automática —o sea, rápida—, es un acto de resistencia.

De hecho, los niños ya están siendo introducidos a mecánicas adictivas como el azar. El caso de la popularidad de los muñecos Labubu es clara muestra de ello. Muchas de las propuestas actuales de las grandes marcas, no distinguen entre adultos o infancias. Por eso es urgente hablar de esto en lo personal y en lo institucional, ni hablar a nivel global.

¿Qué lugar creés que ocupan las marcas en esta conversación?

Un lugar enorme. Las marcas manejan el ritmo del deseo y el poder simbólico. No venden productos, venden el valor asociado y trabajan en base a emociones. Pero la hipervelocidad y desesperación por vender, está apagando a las audiencias, que se están volviendo cada vez más apáticas. Ya hay marcas que están entendiendo que lo que conecta no es lo perfecto, sino lo imperfecto, lo humano, lo lento.

Poor opulence, la colección de Jacquemus donde la referencia biográfica se convierte en recurso de branding emocional más que en testimonio de clase o experiencia vivida.

La tendencia es que las marcas se desarmen un poco. Que muestren sus errores, su historia, sus porqués. Te nombro como ejemplos a Montblanc y a Jacquemus, que proponen una vuelta a lo analógico.

En tus textos también hablás del mandato de “ser alguien” y estar siempre demostrando algo. ¿Cómo se vincula esto con el consumo?

Estamos atravesados por una exigencia constante de validación a un nivel nunca visto. Ahora si no estamos visibles digitalmente en algún lugar, parece que no existimos. El consumo nos da la ilusión de pertenencia. Vamos orbitando en espacios que giran en torno a lo que consumimos: desde fitness a medicina estética, pasando por viajes, inversiones, etc. El problema no es el espacio en sí, es el motivo. 

Frente a eso, Cecilia propone el retorno a otro tipo de comunidad, no como concepto marketinero sino como espacio real de contención. Un lugar donde podés reponerte en vínculo, donde no necesitás explicar quién sos todo el tiempo, ni adquirir nada para pertenecer.

¿Cómo imaginás el futuro próximo en relación a todo esto?ç

Híbrido. Vamos a convivir con las inteligencias artificiales y con realidades generadas mucho más complejas. Vamos a necesitar, más que nunca, lo real, lo cercano, lo que no se puede reproducir.

Volver al cuerpo y a los vínculos, con sus errores y desafíos, sin huir hacia el primer estímulo o anestesia disponible. Ahí va a estar la clave. Y lo paradójico es que ese desafío de lo humano es, en realidad, mucho menos desgastante que la realidad que nos hemos ido creando con la ilusión de “optimizar” la vida y de que las cosas “duelan menos”.

Me quedo con esta última frase. No como nostalgia de lo que fue, sino como respuesta a lo que hoy nos excede. Cecilia no propone recetas, pero sí habilita preguntas: ¿qué pasaría si dejáramos de correr? ¿Si hiciéramos espacio para lo incómodo, lo lento, lo real? En un presente dominado por algoritmos y promesas de eficiencia, su mirada nos recuerda algo esencial: ser humanos sigue siendo un trabajo artesanal. 



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