Cuando a uno el trabajo se le vuelve pasión, piensa en dedicarle todos sus recursos a esto. La idea de Omar Araujo, que se dedicó al turismo en un principio, pasó por la venta de vinos y un buen día decidió embarcarse en la difícil tarea degenerar su propio vino. Un vino que reflejara parte de él y, según su experiencia, que tuviera lo que la gente le pide a un vino. Así nació Morir-se de Amor, una conjunción de amistades, experiencia de vida y bebida.
Para lograrlo, el enólogo Adrián Vargas elaboró un Malbec con unos aportes de Cabernet Sauvignon y Merlot con uvas provenientes del distrito de San José, en Tupungato (lugar con una altura de 1300 m.s.n.m.). El producto se estibó en barricas de roble francés nuevas por 18 meses.
A la hora de desc ribirlo, podemos decir que es de un violáceo profundo, con matices negros, brillantes. Con una nariz muy compleja, con aromas a ciruelas frescas, algunas frutas negras, algo especiado, acompañados por tabaco y cuero. En boca, con una entrada dulce, con los taninos marcados, buena acidez, y de gran volumen. Con un final largo, nos deja un retrogusto a los frutos negros, notas de madera y chocolate. Es un gran vino para acompañar una picada de fiambres ahumados.
Como observación personal, además de que el vino me encantó, es uno de esos vinos para comprar más de una botella y probar uno ahora, sí, pero para las otras, esperar un año o dos.
Omar Araujo se metió en la ardua tarea de conseguir un vino que reflejara su concepción de esta bebida
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